Hablar
con el muchacho
Hablar con el muchacho
Así escribió en su agenda.
Se lo había pedido su esposa, preocupada. Los maestros se quejaban de su
hijo: faltaba a clases, fracasaba una y otra vez en los exámenes, se mostraba
irrespetuoso .Además, gastaba dinero del que convenía a un chico de su edad. Y
aquellas compañías…
Pero cosas del trabajo, la
necesidad de triunfar en la vida, de no quedarse atrás. Se fue pasando el
tiempo y nunca habló con él. Y de repente el tiempo se vino encima.
Cuando volvió a casa, con la espalda encorvada por el peso del
sufrimiento
y la vergüenza, entró a su cuarto y vio sus cosas extrañas.
Extrañas todas cosas, como extraño había sido su hijo para él. Quizá pudo
decir alguna vez que tenía un hijo, pero ciertamente su hijo jamás pudo decir
que tuvo un padre.
Y ahora en la cárcel, la acusación—probada—de andar en cosas de drogas y
de automóviles robados y la fotografía
en los periódicos y las conversaciones que cesaban bruscamente cuando él
llegaba.
Sintió de pronto la ausencia de aquel hijo, que ahora llevaba como una
herida en la mitad del pecho.
Se puso a revolver papeles viejos en busca de una fotografía que le diera
al menos la imagen de un día pasado en familia felizmente.
No encontró nada.
Sólo una hoja rota de una olvidada agenda, y en ella una inscripción
borrosa por el paso de los años idos…
“Hablar con el muchacho”.
Armando Fuentes Aguirre
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