Relatos de motivación -!Corre Patti, corre!
Patti Wilson era todavía muy
pequeña cuando su médico le dijo que era epiléptica. A su padre, Jim Wilson, le
encantaba salir a correr cada mañana. Un día, en su adolescencia, ella le
sonrió y, a pesar de su dispositivo ortopédico, le dijo:
—En ese caso, sé lo que podemos
hacer, de modo que ¡adelante!
Y eso era lo que hacían todos
los días. Para ellos era una experienciagratísima de compartir y ella no sentía
absolutamente ningún calambre mientras corría.
—Papá —confió a su padre después
de algunas semanas—, lo que en realidad me gustaría es superar el récord
mundial de fondo en categoría femenina.
Él se fijó en el Libro Guiness
de los récords y comprobó que la mayor distancia que había corrido una mujer
eran unos 128 kilómetros. Nada más comenzar el curso en la escuela secundaria,
Patti anunció que iba a correr desde el condado de Orange hasta San Francisco,
una distancia de 644 kilómetros.
—El próximo año —continuó—,
pienso correr hasta Portland, Oregón, 2400 kilómetros. Cuando comience mis
clases en la universidad correré hasta San Luis, unos 3200 kilómetros; y cuando
termine mis estudios correré hasta la Casa Blanca, más de 4800 kilómetros.
A pesar de sus problemas
físicos, Patti era tan ambiciosa como entusiasta; decía que, para ella, su
epilepsia no era más que un simple «inconveniente». No se concentraba en lo que
había perdido, sino en lo que le quedaba.
Ese año terminó su carrera a San
Francisco con una camiseta que proclamaba «Adoro a los epilépticos». Su padre
corrió junto a ella desde el primero al último kilómetro, y su madre,
enfermera, los siguió en una caravana por si a alguno de los dos les pasaba
algo.
En su segundo año los compañeros
de clase de Patti fueron tras ella.
Habían preparado un gigantesco
cartel que decía: «¡Corre, Patti, corre!». Desde entonces, esta frase es su
lema y además el título de un libro que ha escrito. En su segunda carrera,
mientras iba corriendo hacia Portland, se fracturó un hueso del pie y un médico
le dijo que debía abandonar porque, de no inmovilizar la fractura, el daño
sería permanente.
—Doctor, usted no me entiende
—fue su respuesta—. Esta carrera no es un simple capricho, ¡es una obsesión
magnífica! No lo hago simplemente por mí, sino para romper las cadenas
cerebrales que limitan a tantas personas. ¿No hay manera de que pueda seguir
corriendo?
Entonces le dio una opción. Le
dijo que en vez de un vendaje de escayola podía hacérselo con venda adhesiva,
pero le advirtió que sería increíblemente doloroso. Patti le dijo que lo
hiciera.
Terminó la carrera a Portland
corriendo los últimos 1500 metros con el gobernador del estado de Oregón. Tal
vez hayáis visto los titulares: «La super corredora Patti Wilson termina el
maratón para epilépticos el día que cumple diecisiete años».
Tras haber pasado cuatro meses
corriendo casi continuamente de la Costa Oeste a la Costa Este de los Estados
Unidos, Patti llegó a Washington para estrechar la mano del presidente de los
Estados Unidos, a quien dijo: «quería que la gente supiera que los epilépticos
somos seres humanos normales que llevamos una vida normal».
No hace mucho, conté este
episodio en uno de mis seminarios y después un hombrón se me acercó, con los
ojos llenos de lágrimas y tendiéndome su recia manaza, para decirme:
—Mark, soy Jim Wilson, y acabas
de hablar de mi hija.
Me contó que, con sus nobles
esfuerzos, Patti había conseguido reunir el dinero suficiente para abrir
diecinueve centros para epilépticos repartidos por todo el país.
Si Patti Wilson es capaz de
hacer tanto con tan poco, ¿qué no podréis hacer vosotros, los que estáis
perfectamente bien, para superaros continuamente como ella?
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