Nadie puede comprender mejor que
el éxito es un viaje y no un destino que aquellas personas que no han permitido
que su edad sea un obstáculo para conseguir lo que desean. Florence Brooks se
incorporó al Cuerpo de Paz cuando tenía sesenta y cuatro años. A los ochenta y
dos, Gladys Clappison vivía como cualquier otro estudiante en la Universidad de
Iowa mientras trabajaba en su tesis de filosofía. También Ed Stitt, a los
ochenta y siete, trabajaba para graduarse en el programa universitario de su
comunidad en Nueva Jersey. Ed decía que estudiar le servía de vacuna contra la
vejez y le mantenía vivo el cerebro.
Probablemente, a lo largo de los
años, nadie ha estimulado tanto mi imaginación como Walt Jones, de Tacoma,
Washington. Walt sobrevivió a su tercera mujer, con quien estuvo cincuenta y
dos años casado. Cuando ella murió, alguien comentó con Walt lo triste que
debía ser perder una relación de tantos años. Su respuesta fue:
—Sin duda, pero es probable que
sea para bien.
—¿Por qué?
—No quiero ser negativo ni decir
nada que desmerezca su estupendo carácter, pero en los últimos diez años era
como si me atara un poco.
Cuando su interlocutor le pidió
que se explicara, añadió:
—Nunca quería hacer nada, se
había convertido en una especie de lastre.
Hace diez años, cuando yo tenía
noventa y cuatro, le dije a mi mujer que nunca habíamos visto nada más que la
hermosa parte noreste del Pacífico. Ella me preguntó qué se me había metido en
la cabeza y le dije que estaba pensando en comprar una casa rodante, que tal
vez podríamos visitar los cuarenta y ocho estados de la Unión y le pregunté qué
le parecía.
»Walt, me parece que tú estás mal de la cabeza, me dijo.
»Le pregunté por qué lo decía y
me contestó que podían asaltarnos por ahí, que si nos moríamos no tendríamos ni
un lugar para el velatorio... Luego me preguntó quién iba a conducir y cuando
le dije: "Yo, corderita", me contestó:
"Nos matarás a los
dos".»
—Entonces, Walt, ¿qué piensa
hacer usted, ahora que ella no está?
—¿Qué pienso hacer? Pues, la
enterraré y me compraré una casa rodante.
Estamos en 1976 y me propongo
recorrer todos los estados, los cuarenta y ocho, para celebrar el bicentenario
de los Estados Unidos.
Ese año, Walt recorrió cuarenta
y tres estados, vendiendo curiosidades y chucherías. Cuando le preguntaron si
alguna vez recogía autoestopistas, dijo:
—Qué va. Entre ellos hay
demasiados que, por un dólar, te jugarían una mala pasada o te denunciarían por
lesiones en caso de accidente.
Hacía apenas unos meses que Walt
tenía su casa rodante y su mujer llevaba sólo seis bajo tierra, cuando lo
vieron conduciendo con una mujer de sesenta y dos años, bastante atractiva, a
su lado.
—¿Walt? —le preguntó alguien.
—Sí... —respondió.
—¿Quién era la mujer que iba a
tu lado? ¿Quién es tu nueva amiga, Walt?
—Sí —respondió.
—¿Sí qué?
—Sí, es mi nueva amiga.
—¿Tu amiga? Walt, has estado
casado tres veces y tienes ciento cuatro años. Esa mujer debe de tener cuarenta
años menos que tú.
—Bueno —admitió—, descubrí muy
pronto que un hombre no puede vivir solo en una casa rodante.
—Eso lo entiendo, Walt.
Probablemente eches de menos tener a alguien con quien hablar después de haber
vivido con tu compañera durante todos estos años.
—Eso también lo echo de menos
—respondió Walt, sin vacilar.
—¿También? ¿Estás dando a
entender que tienes un interés romántico?
—Pues... Podría ser.
—Walt...
—¿Qué?
—En la vida llega un momento en
que vas dejando esas cosas de lado.
—¿Lo sexual? —precisó.
—Sí.
—¿Por qué?
—Bueno, porque ese tipo de
actividad podría ser un riesgo para la salud. Walt se lo pensó un momento y
respondió:
—Bueno, pues si ella se muere,
se muere.
En 1978, con la llegada de una creciente inflación en los Estados Unidos, Walt hizo una importante inversión en una urbanización en condominio.
Cuando le preguntaron por qué
sacaba su dinero de una cuenta bancada donde estaba seguro para ponerlo en una
inversión inmobiliaria como ésa, contestó:
—¿No habéis oído que éstas son
épocas de inflación? Hay que invertir el dinero en bienes raíces para que se
valorice y poder disponer de él en tus últimos años, cuando realmente lo
necesites.
¿Qué os parece este ejemplo de
pensamiento positivo?
En 1980 vendió parte de su
propiedad en Pierce County, Washington.
Mucha gente no podía entenderlo,
pero él reunió a sus amigos y, sin pérdida de tiempo, dejó claro que había
vendido la propiedad para obtener dinero en efectivo. Recibí un pequeño
anticipo y acordé un contrato por treinta años: me irán pagando 4 000 dólares
cada mes hasta que tenga 138 años.
Celebró sus ciento diez años en
el programa de Johnny Carson. Estaba espléndido con su barba blanca y su
sombrero negro, parecía el difunto coronel Sanders, y Johnny dijo:
—Es fantástico tenerte aquí,
Walt.
—Johnny, a los ciento diez años
es fantástico estar en cualquier parte.
—¿Ciento diez?
—Ciento diez.
—¿Uno, uno, cero?
—¿Qué pasa, Carson, te estás
quedando sordo? Eso es lo que he dicho. Son los años que tengo. ¿De qué te
asombras?
—De lo que me asombro es de que
estés aquí tres días antes de tener el doble de edad que yo.
Eso le llamaría la atención a
cualquiera, ¿no? Ciento diez años... y tan fresco como el que más.
Walt replicó inmediatamente a
Johnny.
—¿Qué edad tendrías si no
supieras la fecha en que naciste y no hubiera condenados calendarios empeñados
en deprimirte una vez al año? ¿Nunca has oído hablar de gente que se deprime
por una fecha en el calendario? Oh, Dios, no, ya tengo treinta años. Qué
deprimido estoy. Ya ha pasado lo mejor de mi vida. En el despacho todos se
vistieron de negro y mandaron un coche fúnebre a recogerme. Oh, no, ahora
cumplo cincuenta... ¡medio siglo! Me enviaron rosas secas con telarañas.
Johnny, ¿quién te ha dicho que te vas a morir cuando tengas sesenta y cinco? Yo
tengo amigos que están mejor desde que cumplieron los sesenta y cinco que
antes. Y como resultado de esa pequeña inversión en condominio que hice hace
algunos años, he estado ganando más billetes desde que cumplí los ciento cinco
que antes. ¿Puedo darte mi definición de lo que es una depresión?
—Adelante.
—Perderse un cumpleaños.
Ojalá la historia de Walt Jones nos inspire a todos para que sepamos mantenernos jóvenes y frescos hasta el último día de la vida.
Bob Moawad
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