martes, 22 de noviembre de 2011

El Sueño de Rick Little



A las cinco de la mañana Rick Little se quedó dormido al volante de su coche, cayó por un terraplén de tres metros y se estrelló contra un árbol. Pasó los seis meses siguientes inmovilizado, con la columna rota. Entonces tuvo tiempo de sobra para reflexionar en profundidad sobre su vida... algo para lo que sus trece años en la escuela no le habían preparado.
Una tarde, sólo dos semanas después de haber recibido el alta en el hospital, se encontró con su madre semiinconsciente y tendida en el suelo por una sobredosis de somníferos. Una vez más, Rick comprobó que sus estudios no le habían preparado para enfrentarse con los problemas de la vida.
Durante los meses que siguieron, Rick empezó a plantearse dar forma a un curso que permitiera dotar a los estudiantes de autoestima, dominio de las relaciones humanas y capacidad para resolver conflictos... para desenvolverse en situaciones críticas. Cuando se puso a investigar sobre los puntos que debería contemplar el curso, tropezó con un estudio realizado por el National Institute of Education de Estados Unidos, en el cual se había preguntado a mil personas de treinta años si tenían la sensación de que la enseñanza secundaria les había ofrecido las habilidades que necesitaban para enfrentarse a la vida real. Más del ochenta por ciento de ellos respondieron: «No, en absoluto».

A los mismos encuestados se les preguntó también qué desearían ahora que les hubieran enseñado. Las respuestas que mayor puntuación obtuvieron se referían a cuestiones vinculadas con las relaciones humanas: cómo llevarse mejor con las personas con las que uno convive, cómo encontrar trabajo y cómo conservarlo, cómo conducirse en situaciones de conflicto, cómo ser un buen padre o una buena madre, cómo entender la evolución normal de un niño, cómo enfrentarse a la administración de finanzas... y cómo captar el significado de la vida.
Aleccionado por su interés en crear una clase que pudiera preparar a la gente para solucionar ese tipo de carencias, Rick abandonó la universidad y se dedicó a entrevistar estudiantes de escuela secundaria a lo largo y ancho del país. En su búsqueda de información sobre los temas que debería incluir el curso, formuló las siguientes preguntas a más de dos mil estudiantes de ciento
veinte escuelas secundarias:
1. Si tuvieras que organizar un programa en tu escuela secundaria que te ayudara a enfrentar los problemas con los que te tropiezas ahora y con los del futuro, ¿qué temas incluirías?
2. Haz una lista con los diez principales problemas de tu vida que quisieras ver mejor resueltos en casa y en la escuela.
Al margen de que los estudiantes provinieran de escuelas privadas para gente adinerada o de agrupaciones urbanas marginales, de centros rurales o de escuelas suburbanas, las respuestas presentaban una similitud sorprendente. La soledad y el rechazo eran los primeros problemas en la lista. Además, en lo referente a la lista de habilidades que querían que les enseñaran, todos
coincidían con las que habían expresado los mayores de treinta años.
Rick se pasó dos meses durmiendo en su coche y viviendo con un total de sesenta dólares. Su dieta osciló entre las galletas con mantequilla de cacahuete y el ayuno. Rick tenía pocos recursos, pero estaba entusiasmado con su sueño.
El paso siguiente de Rick fue elaborar una lista con los principales educadores y consultores psicológicos de toda la nación, a quienes luego visitó uno por uno para pedirles su apoyo y el aporte de su experiencia. Por más que les impresionara su enfoque, es decir, la idea de preguntar directamente a los estudiantes qué era lo que querían aprender, no fue mucha la ayuda que le
ofrecieron. Se limitaron a decirle que era demasiado joven, que retomara sus estudios y que, después de haberse graduado, podría seguir adelante con su encuesta. Ninguno de ellos lo estimuló o alentó.
Sin embargo, Rick persistió. Cumplió veinte años y ya había vendido su coche y su ropa, había pedido dinero prestado a todos sus amigos y arrastraba una deuda de treinta y dos mil dólares. Alguien le sugirió que fuera a una fundación para pedirle que financiara su proyecto.
La primera visita que realizó le supuso una decepción enorme. Al entrar en el despacho, Rick estaba literalmente temblando de miedo. El vicepresidente de la fundación era un hombre de pelo oscuro, con un rostro frío y serio. Durante media hora no dijo una palabra mientras Rick le abría su corazón hablándole de su madre, de los dos mil niños y de sus planes para un nuevo estilo de cursos en la escuela secundaria.
Cuando acabó, el vicepresidente empujó hacia él un montón de papeles, diciéndole:
—Hijo, hace casi veinte años que estoy en esta fundación. Hemos financiado todos estos programas de educación, todos han fallado y creo que el tuyo también fracasará. Las razones son obvias: tú tienes veinte años y no tienes ni experiencia, ni dinero, ni título universitario. ¡Nada!

Rick se prometió demostrarle su error a aquel hombre y comenzó a investigar cuáles eran las fundaciones que se interesaban en la financiación de proyectos para adolescentes. Después pasó muchos meses escribiendo formularios para solicitudes de becas; en ello trabajaba desde primera hora de la mañana hasta bien entrada la noche. Pasó un año entero rellenando laboriosamente impresos de solicitud, cada uno de ellos preparado cuidadosamente a la medida de los intereses y los requisitos de cada una de las fundaciones. Cada propuesta estaba repleta de esperanzas y todas fueron rechazadas.
Finalmente, después de que hubiera sido rechazada su propuesta número ciento cincuenta y cinco, Rick sintió que todos sus apoyos se desmoronaban.
Sus padres empezaban a suplicarle que reiniciara sus estudios universitarios y Ken Greene, un educador que había dejado su trabajo para ayudar a Rick, le dijo:
—Rick, ya no me queda dinero y tengo mujer e hijos que mantener.
Esperaré una respuesta más, pero si es una negativa, dejaré el proyecto y volveré a la enseñanza.
A Rick le quedaba una última esperanza. Espoleado por la desesperación y la convicción, se las arregló para seducir con sus discursos a una serie de secretarias y consiguió concertar un almuerzo de trabajo con el doctor Russ Mawby, presidente de la Fundación Kellogg. Mientras se dirigían al restaurante pasaron frente a una heladería y Mawby le preguntó si le apetecía tomar un helado. Rick asintió, pero su ansiedad terminó por derrotarlo. Con el temblor de la mano, se le aplastó el cucurucho y, mientras el chocolate se le derretía entre los dedos, hizo un esfuerzo, furtivo pero frenético, para deshacerse de él antes de que el doctor Mawby pudiera darse cuenta de lo sucedido. Finalmente Mawby lo vio, estalló en una carcajada y él mismo le pidió al camarero un manojo de servilletas de papel que entregó a Rick.
Muy avergonzado, éste subió al coche. ¿Cómo podía pedir fondos para un nuevo programa educacional alguien que ni siquiera era capaz de arreglárselas con un cucurucho de helado?
Dos semanas después, Mawby le telefoneó.
—Lo siento, pero en la reunión de directorio se votó en contra de su solicitud de una subvención de cincuenta y cinco mil dólares.
Rick sintió que las lágrimas le inundaban los ojos. Llevaba dos años trabajando por un sueño que ahora, simplemente, se hundía.
—Sin embargo —continuó Mawby—, toda la junta votó, de forma unánime, la concesión de ciento treinta mil dólares para su proyecto.
Entonces, sin poder contener las lágrimas, tartamudeando, Rick a duras penas pudo dar las gracias.
Desde entonces Rick Little ha llegado a reunir más de cien millones de dólares para financiar su sueño. Sus programas se enseñan actualmente en más de treinta mil escuelas de los cincuenta estados de la Unión y en treinta y dos países. Tres millones de niños al año reciben una enseñanza de importancia vital porque un adolescente de diecinueve años se negó a aceptar un «no» por respuesta.
En 1989, debido al increíble éxito obtenido, el sueño de Rick Little se expandió de tal manera que le asignaron sesenta y cinco millones de dólares, la segunda suma concedida en la historia de los Estados Unidos, para crear la International Youth Foundation [Fundación Internacional para la Juventud], cuyo propósito es identificar y apoyar los programas para la juventud que obtengan
éxito en el mundo.
La vida de Rick Little es un testimonio del poder que tiene un compromiso sincero con una visión elevada, cuando se da unido a la voluntad de seguir luchando hasta que el sueño llegue a hacerse realidad.

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