martes, 22 de noviembre de 2011

Glenna y su lista de objetivos



En 1977 yo era una madre soltera con tres hijas pequeñas, casa y coche por pagar y la necesidad de reavivar las brasas de algunos sueños.

Una noche estuve en un seminario donde oí hablar a un hombre del principio de I x I = R (Imaginación por Intensidad igual a Realidad). El conferenciante señaló que la mente piensa en imágenes y no en palabras.
Afirmó que si lo imaginamos intensamente, lo que deseamos se convertirá en realidad.
Este concepto hizo resonar una chispa de esperanza en mi corazón. Ya conocía la verdad bíblica de que el Señor nos concede «los deseos de nuestro corazón» (Salmos 37, 4), y la de que «tal como piensa un hombre en su corazón, así es él» (Proverbios 23, 7).
Decidí entonces poner por escrito mi lista de plegarias y convertirla en imágenes. Empecé por recortar ilustraciones de revistas viejas que representaran los «deseos de mi corazón», las coloqué en un álbum de fotografías y, con grandes expectativas, me puse a esperar.
Mis imágenes, todas muy específicas, incluían:

1. Un hombre guapo.
2. Una pareja de novios.
3. Ramilletes de flores (soy muy romántica).
4. Hermosas piezas de joyería con brillantes (me justifiqué diciéndome que
Dios amaba a David y a Salomón, y que ambos fueron hombres muy ricos).
5. Una isla en el Caribe, rodeada de un mar intensamente azul.
6. Una vivienda de ensueño.
7. Muebles nuevos.
8. Una mujer que recientemente había llegado a ser vicepresidenta de una gran corporación. (Yo estaba trabajando en una compañía que no tenía mujeres en sus cargos directivos y quería ser la primera vicepresidenta que tuviera la empresa.)

Aproximadamente ocho semanas después, a las diez y media de la mañana, cuando iba conduciendo por una autopista californiana, me adelantó un estupendo Cadillac rojo y blanco. Me quedé mirándolo, porque era un coche muy hermoso, y el conductor también me miró, me sonrió y yo le devolví la sonrisa, es lo que siempre hago; pero entonces empecé a tener problemas. ¿No
les ha pasado nunca? Traté de fingir que no lo había mirado. «¿Quién, yo? ¡Si yo no lo miré!» A partir de entonces me siguió durante más de veinte kilómetros.
¡Me dio un susto de muerte! Si yo aceleraba, él aceleraba; si yo paraba, él paraba... ¡y pensar que finalmente me casé con él!
Al día siguiente de haber salido juntos por primera vez, Jim me envió una docena de rosas.
Después descubrí que él tenía una afición predilecta: coleccionaba brillantes, ¡de los grandes!, y andaba en busca de alguien a quien regalárselos: ¡me ofrecí desinteresadamente! Estuvimos un par de años saliendo juntos y todos los lunes por la mañana recibía una rosa roja de tallo larguísimo con una tarjeta llena de palabras de amor.
Tres meses antes de casarnos, Jim me dijo que había encontrado el lugar perfecto para nuestra luna de miel:
—¡Iremos a la isla de San Juan, en el Caribe!
—Jamás se me habría ocurrido! —me admiré, riendo.
No le confesé la verdad respecto a mi libro de imágenes hasta que pasó casi un año desde nuestra boda. Lo hice cuando estábamos mudándonos a nuestro suntuoso nuevo hogar y decorándolo con los elegantes muebles que había imaginado (Jim resultó ser el distribuidor, en la Costa Oeste, de una de las principales firmas de fabricantes de muebles del este del país).
La boda se celebró en Laguna Beach, California, y yo lucía el vestido de novia que había soñado.
Ocho meses después de haber creado mi libro de sueños, me convertí en la vicepresidenta de Recursos Humanos de la compañía donde trabajaba.
En cierto sentido esto suena a cuento de hadas, pero es absolutamente cierto. Jim y yo hemos creado muchos «libros de imágenes» desde que nos casamos. Dios nos ha colmado con demostraciones de que estos poderosos principios de fe realmente funcionan.
Decide qué es lo que quieres en cada ámbito de tu vida, imagínatelo intensamente y después actúa en función de tus deseos, creando tu libro de objetivos personales. Convierte tus ideas en realidades concretas valiéndote de este sencillo ejercicio. No hay sueños imposibles. Recuerda que Dios ha prometido que concederá a sus hijos los deseos que cada uno albergue en su corazón.
Glenna Salsbury

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