martes, 22 de noviembre de 2011

Atención, nena, que soy tu amo


Les Brown y su hermano gemelo fueron adoptados por Mamie Brown, criada y ayudante de cocina, poco después de su nacimiento en un suburbio miserable de Miami.
Debido a su hiperactividad y a su jerigonza, tan incesante como incomprensible, Les recibió clases de educación especial para discapacitados, tanto en la escuela primaria como en la secundaria. Al graduarse, empezó a trabajar en las playas de Miami como barrendero, pero su sueño era llegar a convertirse en disc jockey.
Todas las noches solía acostarse con una radio pegada a la oreja para escuchar a los disc jockey locales y vivía tan apasionadamente su vocación que creó una emisora de radio imaginaria en su diminuta habitación. Un cepillo para el pelo hacía las veces de micrófono mientras Les presentaba los discos a su auditorio de fantasmas.

Su madre y su hermano, que podían oírlo a través de las delgadas paredes, solían gritarle que cerrara la boca y se durmiera de una vez, pero él no les hacía caso. Estaba envuelto en su propio mundo, viviendo en un sueño.
Un día, Les decidió presentarse en la emisora local de radio aprovechando la pausa para el almuerzo. Consiguió llegar al despacho del gerente de la emisora y le contó que quería ser disc jockey. El hombre recorrió con los ojos al desaliñado joven enfundado en su mono de trabajo, con su sombrero de paja en la mano, y le preguntó si tenía alguna experiencia en la radio. Les respondió que ninguna.
—Pues me temo que siendo así no podemos ofrecerte nada.

Les le dio las gracias cortésmente y se fue. El director supuso que ésa sería la primera y última vez que vería al muchacho, pero subestimó la profundidad del compromiso que había contraído Les Brown con su objetivo. El hecho es que el muchacho iba en pos de algo más que el simple deseo de ser disc jockey.
Lo que él quería era comprar una casa mejor para su madre adoptiva, a quien amaba profundamente, y el trabajo no era más que un paso hacia su meta.
Mamie Brown le había enseñado a ir en pos de sus sueños, de modo que Les estaba seguro de que conseguiría trabajo en la radio, a pesar de lo que le había dicho el gerente. Por eso se pasó una semana entera yendo todos los días a la emisora para preguntar si había aparecido algún trabajo. Finalmente, el director cedió y lo contrató como chico de los recados, sin sueldo alguno.
Al principio, Les iba a buscar café o a traer bocadillos para el almuerzo y la cena de los disc jockey que no podían salir del estudio. Finalmente, la admiración con que seguía su trabajo consiguió que los disc jockey confiaran en él y que empezaran a mandarlo en sus Cadillacs a buscar a visitantes célebres, como The Temptations, Diana Ross y The Supremes. A ninguno de ellos se le ocurrió pensar que el joven Les no tenía permiso de conducir.
Les hacía todo lo que le pedían en la emisora, incluso más. Mientras salía de juerga con los disc jockey fue aprendiendo la forma de manejar los controles. Se detenía en las salas de control para aprender todo lo que podía hasta que le echaban fuera. Luego, por la noche, de nuevo en su dormitorio, practicaba, preparándose para la oportunidad que, de eso estaba seguro, no tardaría en presentársele.
Un sábado por la noche, mientras Les estaba en la emisora, uno de los disc jockey, Rock, estaba bebiendo mientras transmitía su programa. Además de él, la única persona que había en el edificio era Les, quien se dio cuenta de que, al beber tanto, Rock se estaba buscando problemas. Les no lo perdía de vista; se paseaba de un lado a otro, ante el cristal de la cabina donde Rock trabajaba. Y mientras se paseaba, no dejaba de rogar:
—Bebe, Rock, ¡sigue bebiendo!
Les estaba ávido por manejar los controles. Si Rock se lo hubiera pedido, habría salido corriendo a la calle a buscarle más alcohol. Cuando sonó el teléfono, Les se precipitó sobre él. Tal como había imaginado era el gerente.
—Les, soy el señor Klein.
—Sí, lo sé —respondió el muchacho.
—Les, no creo que Rock pueda terminar su programa.
—Sí, señor, lo sé.
—¿Quieres llamar a uno de los otros disc jockey para que se ocupe de la emisión?
—Sí señor, cómo no.
Pero cuando colgó el teléfono, Les se dijo para sus adentros:
—Éste debe de creerse que estoy loco.

Y ciertamente marcó un número de teléfono, pero no para llamar a otro disc jockey. Llamó a su madre y después a su chica.
—¡Os vais en seguida al porche del frente y ponéis bien alta la radio, porque en unos momentos estaré en el aire! —anunció.
Después esperó un cuarto de hora antes de llamar al gerente.
—Señor Klein, no puedo encontrar a nadie.
—Muchacho —le dijo Klein—, ¿sabes cómo funcionan los controles del estudio?
—Sí, señor —fue la respuesta.
Después, Les entró en la cabina, apartó suavemente a Rock y se sentó ante el tocadiscos. Estaba listo para la acción. Conectó el micrófono y anunció:
—¡Atención! Soy LB, triple P... Les Brown, vuestro Platter Playing Poppa.
No hubo nadie antes que yo, ni habrá nadie después. O sea que soy excepcional, el único. Joven, soltero y dicharachero. Indudablemente preparado para daros satisfacción y abundante acción. ¡Atención, nena, que soy tu aaaaamor!
Desde ese momento todo fue sobre ruedas. Calurosos aplausos y alaridos del público y del gerente. Ese día decisivo, Les inició una carrera de éxitos en la radio, la política, la oratoria y la televisión.

Jack Canfield

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