martes, 22 de noviembre de 2011

Walt Jones


Nadie puede comprender mejor que el éxito es un viaje y no un destino que aquellas personas que no han permitido que su edad sea un obstáculo para conseguir lo que desean. Florence Brooks se incorporó al Cuerpo de Paz cuando tenía sesenta y cuatro años. A los ochenta y dos, Gladys Clappison vivía como cualquier otro estudiante en la Universidad de Iowa mientras trabajaba en su tesis de filosofía. También Ed Stitt, a los ochenta y siete, trabajaba para graduarse en el programa universitario de su comunidad en Nueva Jersey. Ed decía que estudiar le servía de vacuna contra la vejez y le mantenía vivo el cerebro.
Probablemente, a lo largo de los años, nadie ha estimulado tanto mi imaginación como Walt Jones, de Tacoma, Washington. Walt sobrevivió a su tercera mujer, con quien estuvo cincuenta y dos años casado. Cuando ella murió, alguien comentó con Walt lo triste que debía ser perder una relación de tantos años. Su respuesta fue:
—Sin duda, pero es probable que sea para bien.
—¿Por qué?
—No quiero ser negativo ni decir nada que desmerezca su estupendo carácter, pero en los últimos diez años era como si me atara un poco.
Cuando su interlocutor le pidió que se explicara, añadió:
—Nunca quería hacer nada, se había convertido en una especie de lastre.
Hace diez años, cuando yo tenía noventa y cuatro, le dije a mi mujer que nunca habíamos visto nada más que la hermosa parte noreste del Pacífico. Ella me preguntó qué se me había metido en la cabeza y le dije que estaba pensando en comprar una casa rodante, que tal vez podríamos visitar los cuarenta y ocho estados de la Unión y le pregunté qué le parecía.

»Walt, me parece que tú estás mal de la cabeza, me dijo.
»Le pregunté por qué lo decía y me contestó que podían asaltarnos por ahí, que si nos moríamos no tendríamos ni un lugar para el velatorio... Luego me preguntó quién iba a conducir y cuando le dije: "Yo, corderita", me contestó:
"Nos matarás a los dos".»
—Entonces, Walt, ¿qué piensa hacer usted, ahora que ella no está?
—¿Qué pienso hacer? Pues, la enterraré y me compraré una casa rodante.
Estamos en 1976 y me propongo recorrer todos los estados, los cuarenta y ocho, para celebrar el bicentenario de los Estados Unidos.
Ese año, Walt recorrió cuarenta y tres estados, vendiendo curiosidades y chucherías. Cuando le preguntaron si alguna vez recogía autoestopistas, dijo:
—Qué va. Entre ellos hay demasiados que, por un dólar, te jugarían una mala pasada o te denunciarían por lesiones en caso de accidente.
Hacía apenas unos meses que Walt tenía su casa rodante y su mujer llevaba sólo seis bajo tierra, cuando lo vieron conduciendo con una mujer de sesenta y dos años, bastante atractiva, a su lado.
—¿Walt? —le preguntó alguien.
—Sí... —respondió.
—¿Quién era la mujer que iba a tu lado? ¿Quién es tu nueva amiga, Walt?
—Sí —respondió.
—¿Sí qué?
—Sí, es mi nueva amiga.
—¿Tu amiga? Walt, has estado casado tres veces y tienes ciento cuatro años. Esa mujer debe de tener cuarenta años menos que tú.
—Bueno —admitió—, descubrí muy pronto que un hombre no puede vivir solo en una casa rodante.
—Eso lo entiendo, Walt. Probablemente eches de menos tener a alguien con quien hablar después de haber vivido con tu compañera durante todos estos años.
—Eso también lo echo de menos —respondió Walt, sin vacilar.
—¿También? ¿Estás dando a entender que tienes un interés romántico?
—Pues... Podría ser.
—Walt...
—¿Qué?
—En la vida llega un momento en que vas dejando esas cosas de lado.
—¿Lo sexual? —precisó.
—Sí.
—¿Por qué?
—Bueno, porque ese tipo de actividad podría ser un riesgo para la salud. Walt se lo pensó un momento y respondió:
—Bueno, pues si ella se muere, se muere.

En 1978, con la llegada de una creciente inflación en los Estados Unidos, Walt hizo una importante inversión en una urbanización en condominio.
Cuando le preguntaron por qué sacaba su dinero de una cuenta bancada donde estaba seguro para ponerlo en una inversión inmobiliaria como ésa, contestó:
—¿No habéis oído que éstas son épocas de inflación? Hay que invertir el dinero en bienes raíces para que se valorice y poder disponer de él en tus últimos años, cuando realmente lo necesites.
¿Qué os parece este ejemplo de pensamiento positivo?
En 1980 vendió parte de su propiedad en Pierce County, Washington.
Mucha gente no podía entenderlo, pero él reunió a sus amigos y, sin pérdida de tiempo, dejó claro que había vendido la propiedad para obtener dinero en efectivo. Recibí un pequeño anticipo y acordé un contrato por treinta años: me irán pagando 4 000 dólares cada mes hasta que tenga 138 años.
Celebró sus ciento diez años en el programa de Johnny Carson. Estaba espléndido con su barba blanca y su sombrero negro, parecía el difunto coronel Sanders, y Johnny dijo:
—Es fantástico tenerte aquí, Walt.
—Johnny, a los ciento diez años es fantástico estar en cualquier parte.
—¿Ciento diez?
—Ciento diez.
—¿Uno, uno, cero?
—¿Qué pasa, Carson, te estás quedando sordo? Eso es lo que he dicho. Son los años que tengo. ¿De qué te asombras?
—De lo que me asombro es de que estés aquí tres días antes de tener el doble de edad que yo.
Eso le llamaría la atención a cualquiera, ¿no? Ciento diez años... y tan fresco como el que más.
Walt replicó inmediatamente a Johnny.
—¿Qué edad tendrías si no supieras la fecha en que naciste y no hubiera condenados calendarios empeñados en deprimirte una vez al año? ¿Nunca has oído hablar de gente que se deprime por una fecha en el calendario? Oh, Dios, no, ya tengo treinta años. Qué deprimido estoy. Ya ha pasado lo mejor de mi vida. En el despacho todos se vistieron de negro y mandaron un coche fúnebre a recogerme. Oh, no, ahora cumplo cincuenta... ¡medio siglo! Me enviaron rosas secas con telarañas. Johnny, ¿quién te ha dicho que te vas a morir cuando tengas sesenta y cinco? Yo tengo amigos que están mejor desde que cumplieron los sesenta y cinco que antes. Y como resultado de esa pequeña inversión en condominio que hice hace algunos años, he estado ganando más billetes desde que cumplí los ciento cinco que antes. ¿Puedo darte mi definición de lo que es una depresión?
—Adelante.
—Perderse un cumpleaños.

Ojalá la historia de Walt Jones nos inspire a todos para que sepamos mantenernos jóvenes y frescos hasta el último día de la vida.
Bob Moawad

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